De nuevo tres toros eran los que volvían a patrocinarse en Almassora. En tres días, se han exhibido once toros y un encierro.
En esta ocasión y debido al tradicional traslado de nuestra patrona Santa Quiteria, la jornada taurina se adelantó en una hora, siendo el inicio a las cinco de la tarde.
En un principio sólo acudieron los aficionados locales, ya que el resto e incluso algunos de los de Almazora, acudieron a la hora habitual de las seis de la tarde. El grave error que se cometió en el cartel anunciador de todos los toros hizo que casi todos llegaran tarde. A partir de las seis, de nuevo volvimos a ver la vila abarrotada de aficionados.
En cuanto a los toros, fue el día más flojito de lo que llevamos de feria. Pero no porque los toros fuesen muy malos, sino porque durante los dos primeros días el nivel había sido bastante bueno.
El toro de Valdefresno, grandullón y aleonado, fiel a su encaste, salió frío y se dedico durante al menos diez minutos a corretear por las calles, recorriendo el recinto en varias ocasiones. Cuando se paró en la zona del portal y empezó a enterarse y trabajar, ya estaba agotado. Lo que sí fue es un toro pegador. Desde que se paró no dejó de rematar en casi todos los barrotes. Por la noche, como la gran mayoría de los toros, terminó en la Plaza de la Picaora hasta que fue encerrado.
El segundo toro, de la ganadería de Las Monjas –si la memoria no me falla debutante en Almassora-, con trapío pero con demasiados quilos, salió desde la Picaora. Fue un toro reservón. Con el poder que tenía, siempre le costó empujar hacia delante y entregarse. Por la noche, al menos en los primeros momentos, mejoró en su comportamiento, sobre todo el la zona de la “sucrería”, refugiándose después cerca de la calle San Miguel. En la embolada a punto estuvo de arrollar a Benet cuando le cortó cuerda. Menos mal que se trastabillo, cayó al suelo, se quedó quieto y el toro no hizo por él. Un buen susto.
Del tercer toro, de la ganadería de Maria del Carmen Camacho, poco hay que destacar. Por la tarde se emplazó enseguida en la Picaora, anduvo un poco despistado y los rodadores más noveles pudieron disfrutar con él ya que no causó demasiado peligro. Después de la embolada se espabiló y mejoró un poco en su comportamiento, aunque tampoco salió de la plaza de la Picaora. Apareció un impresentable más a gusto que menos y que a punto estuvo de salir mal parado y de amargar la noche a más de uno. ¿Porqué no les dará por irse a bailar?
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